El Duelo
Amanece otra vez. Sobre el cielo llanero se produce de nuevo el milagro del día. Fueteante, el sol revienta por entre unos chaparros de hojas rugosas como la lija, y escarmena la pluma de la corocora veranera. La brisa matinal mueve la cola esperando el regaño de un perrazo que enseña dientes de oro. El rocío se apelotona en las nervaduras de las pajas y por instantes se convierte en diamantes que cosechan con la lengua bellas princesas invisibles. Huele a mastranto. Planea el Alcaraván lanzando gritos que parecen latigazos sobre una lámina de acero. El sol se robustece y dimensiona. Amanece otra vez sobre la tierra dura.
"Ramón Nonato avanza a pie sobre los mèdanos con el caballo de la brida. Una cintaraja negra amarrada a la frente evita que el cabello le cubra el carmelita de los ojos. Los rasgos Chiricoas previven con nitidez en su rostro ovalado. Ramón Nonato sonríe como cada vez que enfrenta al peligro. Lleva desnudo el torso y atada a su cintura una manta de lana. En su poderoso brazo sostiene una lanza de dos cuartas de acero a la cual va atada la banderola negra con la calavera blanca. Los pies desnudos se prolongan hacia atrás en las puntillas de la espuela. El viento sabanero mueve las crines de "Parrando" su caballo de lucha. Parrando es negro como la banderola y la cintaraja.
" Por el otro extremo, jinete en ruano brioso, de crin tusada, avanza "El Genovès" a cumplir su cita con el destino. Sin mirar el triste papel desempeñado en Pore el día de las Cintas, el hombre es valiente y atrevido como una verdigalla. En altura sobrepasa al mas alto de los hombres del ejercito hispano, y es fama que en la cuchilla del Tambo desenterró una mula cargada de armas levantándola en vilo con el hombro derecho. Natural de Génova, donde adquirió reputación como estibador de barcos, se enroló de mercenario en las milicias españolas y pronto se granjeó la amistad de Pascual de Enrile. Debido a su nacionalidad y a su temperamento agresivo no escaló posiciones de mando pero, no bien se le ordenò a Matías que escogiera gente de confianza para el destino de Pore, al primero en señalar fue al Genovès; Latorre accedió a regañadientes al pedido. De color cobrizo encendido, el gigantón se cubre el torso con una coraza de cueros recurtidos que deja libre el movimiento de los brazos. Dos brazaletes del mismo material protegen sus antebrazos. Un casco de hierro, con barboquejo, cierra el conjunto.
"Fiel a la palabra empeñada por su jefe, el terrible Atila empuña el espadón de dos filos que años atrás le arrebatara a un pirata berberisco robador de doncellas en el norte de África. Encajado en la bota, porta además un puñal nacarado que es ducho en el ejercicio diario de la afeitada y en el no menos cruel de cercenar gargantas. El Genovès goza con el sufrimiento humano: acostumbra deleitarse con los ojos agónicos del rival vencido. Lujurioso. Ambidiestro. Tenaz!
"Ramón Nonato tiene a su favor el sol que le quema la espalda, y en su contra el viento que le azota la cara. A veinte metros de su oponente sube al caballo y adopta la posición indolente del equitador pleno. El llanero sonríe. La tierra de nadie que queda entre los gladiadores se achica cada vez más. Los bandoleros de Casanare y los "Bravos de Numancia" contienen el resuello. Junto a Matías, toda vestida de blanco surge India Rivalli viuda de Salas. Monta un zaino de barriga canosa. Sus plegarias mentales rodean al llanero que se juega la vida por la patria. Su busto perfecto sube y baja, estremecido por la emoción y por la licuescencia de la nueva vida que madura por su sangre.
"¡Así quería verte Abril florido, vestido de maromero y con el circo de fiesta!, grita Ramón a su enemigo con la intención secreta de sacarlo de casillas. " Ahora si vas a ver que no es lo mismo matar a un hombre amarra'o a un palo que medirse con un llanero mas engueva'o que un terecay de enero. 'Acércate negrito, que esta cuchara esta aullando del hambre!.
"Sin responder las ofensas, el campeón realista pica las espuelas en los flancos de su caballo y se precipita veloz, hacia su enemigo tomándolo de sorpresa, por cuanto había supuesto que su adversario era de respuestas tardías y acciones lentas. El llanero halo el caballo de chaflán para evitar una confrontación en las que llevaría todas las de perder. familiarizado con lances de toro, Parrando sumió el lomo en el momento mismo en que el arma centelleaba sobre la cabeza del amo y partía en dos la ráfaga de viento.
"Pero... que sute tan malcria'o - dice Ramón sin la fanfarria de antes - Vamos a tenè que ponète en la escuela pa' que aprendas modales". Dándose el frente, los rivales se miran a los ojos, mientras los caballos piafan y rastrillan las arenas del médano. Ramón Nonato aprisiona la lanza bajo el sobaco y acostándose sobre el cuello sudoroso de Parrando, parte en busca de su enemigo que había tenido la osadía de meterle un buen susto. Esta vez fue el Genovès quien evitó el encontronazo a la vez que mandaba un mandoble sin resultado alguno. El llanero comprende que no es prudente continuar buscando distracciones por medio de la labia. Como el pensamiento, caracolea su caballo y ataca a fondo. El Genovès blande el espadón y ríe con una risa que parece salirle del intestino grueso.
"En la fracción en que la espada se dirige a la mitad de su cuerpo, el llanero, sin soltar la izquierda del pomo de la silla, da una pirueta en el aire, toca el suelo con ambos pies y vuelve a acaballarse entre los gritos frenéticos de sus compañeros de lucha. Ramón Nonato sopesa los resultados y considera que de agresor a pasado a convertirse en agredido. Desliza la mano desarmada en los pliegues de la silla y agarra la punta de un chaparro lustroso y flexible que lleva siempre consigo para "picar" la reses rechazonas.
El Genovès no advierte la acción y plantado en firme espera el ataque del americano. Atento a los avances de la lanza, el vergajazo le cayó en la cara y por poco le revienta un ojo. "¡Traicionero!" exclama resentido el gigantón y ante los apremios de Matías que, lejano se come la uñas hasta la carne, baja del caballo e incita a su rival con un madrazo aprendido en las tertulias con los estibadores. El llanero se desconcierta con este rapto de locura: a media marcha la emprende contra el fácil blanco. Llega a pensar en usar la lanza como una jabalina, pero desecha la idea al calcular la fortaleza de la coraza. El Genovès toma el espadòn con las dos manos y cuando Ramón pensó que esta vez si habría degüello, el cortante filo se abatió sobre el mástil de su lanza y vino a quedar con un palo inofensivo en las manos.
"Ahora si no galleáis?" - se burla el europeo. Ramón Nonato ataca de nuevo porque el mercenario esta buscando afanoso su caballo. Lento en tierra por la composición del atuendo, el palo de la lanza llanera cae con fuerza sobre la mano que casi empuña la espada, pero el gigante de un garfañón violento, alcanza las riendas del potro enemigo haciendo caso omiso de la lluvia de palos que rebotan en su casco.
"Conocedor del peligro, Parrando se levanta en las patas traseras y el Genovès aprovecha el desequilibrio para empujar con todas sus fuerzas a sus oponentes. Caballo y jinete caen. Sin perder un instante, el mercenario saca la daga y se abalanza sobre el jinete. El jinete desde el suelo, escasamente pudo con la mano abierta detener la mortal puñalada. El filoso puñal traspasa la mano y con un giro hacia arriba corta los cartílagos y sale por entre los dedos del corazón y el anular. Baldado de la derecha, el campeón patriota empuña el palo con la izquierda. Parrando se da a una carrera de miedo que solo pudo detener el hombre que repetía: no juegue!
Matías no pudo amenguar su satisfacción. Los ojos de su compañera se empañaban de lagrimas. En el clásico juego del gato y el ratón, el Genovès cambia de mano la puñaleta y ríe feroz. Ramón Nonato retrocede y blande el palo sin mayor contundencia. El Genovès pugna por aprehender al resbaladizo llanero para asestarle la puñalada de gracia. El patriota se desplaza en círculos calculando el sitio donde cayó la cabeza acerada de su lanza. Casi atrapado, en un rapto de desesperación, acuenca la mano herida y la sangre que corre a borbotones hace un pozo milagroso. El Genovès duplica el asedio confiando en los parabienes que lo esperan; Ramón le avienta al rostro el puñado de sangre. El soldadòn busca aclararse la vista restregándose los ojos y Ramón, en fracciones de segundo se apodera de su lanza tronchada y con todo el peso de su cuerpo hunde el acero, hasta la banderola, en el cuello del bisonte. El Genovès abre los ojos en busca de piedad pero el demonio herido en que se había convertido Ramón Nonato, va y toma el espadón berberisco con ambas manos y regresa y de un tremendo mandoble - como el que le diera a Olmedilla - corta la cabeza mercenaria. Matías no da crédito a sus ojos. Tiene la garganta seca para dar ordenes de atacar a los insurgentes. India lo toma del brazo y le dice " Mateo!" y en silencio, Mateo la sigue hacia la villa estupefacta. En la severa casa de la gobernación, Agustín relee la cinta ajada de la panoplia:"Nemo me impune lacessit".
"La perdida de sangre de Ramón Nonato preocupa seriamente a la llanerada. Como brotado de la tierra, el indio Queviche se aparece para revisar la herida del peleador de La Trinidad. Con pasos cortos se hunde en el monte, valiéndose de su cuchillo inseparable. Corta una rama de palo de la cruz y la raja hasta obtener dos finas tablillas. Al contacto con la madera, la sangre se coagula. El sol también se coagula al embate formidable de las sombras. Oscurece. Oscurece otra vez sobre la tierra triste.
"Bueno, suspiró Ramón Nonato, creo que o'ra si es el tiempo de que se venga Juan Galea".
El centauro ciego
Los peones estaban contentos. A pesar de lo recio de la faena del día, todos charlaban de buen humor alrededor del fuego. Las presas de una ternera se doraban al calor de las llamas crepitantes y alegres, cuyos fulgores hacían resaltar como en relieve aquellas caras enjutas de ascetas. Mientras la alegre avidez de la llama chamuscaba las hojas bajas de los árboles, se narraban historias y se hacían chistes. Alguien relataba: <<.....Aquel viejo si que había sido un hombre de verdad. En su juventud no había quien lo igualara. Para él apeársele a un toro en plena sabana era nada. Pasaba el río Arauca a nado, era buen coleador, buen jinete, mataba tigres. Hizo capital y ya viejo, cuando no pudo trabajar más; cuando le fue imposible montar sobre su caballo y salir solo a la sabana, viejo lobo llanero fuerte y dinámico a aspirar el aire cálido de la llanura; cuando ya para el era un imposible salir con su gente a desplegar su estrategia en las cogidas de rodeos; cuando la vista le falló y las piernas no le obedecieron más; entonces se hacía sentar junto al palenque donde venía a morir como un manso lago la sabana. Y allí sentado en las claras tardes de verano, oía llegar el ganado al paradero a rumiar alrededor del humo preparado de antemano. Y cuando de las honduras de la tarde en penumbra llegaba el bramido retador de algún toro, por las mejillas lacias del viejo llanero corrían dos lágrimas......>>.José Natalio EstradaLa Trinidad de Arauca. 1926.
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